Relato de la Cotora Puertorriqueña
En lo más alto de las montañas de El Yunque, cuando el sol comenzaba a pintar el cielo de oro, una pequeña cotora puertorriqueña abrió sus alas por primera vez.
Su nombre era Esperanza, y aunque era la más calladita de su nido, tenía el corazón lleno de sueños.
Desde que era un polluelo, escuchaba las historias de su abuela cotora sobre los tiempos antiguos, cuando miles de cotorras cruzaban el cielo de Borikén como una bandera viviente de verde y azul.
“Ya casi no quedamos”, decía la abuela con voz ronca, “pero mientras uno solo de nosotros vuele… Puerto Rico sigue cantando”.
El primer vuelo de Esperanza
Esa mañana, Esperanza dio su primer vuelo sola. Subió entre las nubes y planeó por encima de los helechos gigantes, las cascadas de cristal y las palmas danzantes del bosque. A cada aleteo, se le unían los sonidos del coquí, del río, del viento… Era como si toda la isla la estuviera empujando hacia adelante.
Mientras volaba, encontró una rama alta donde se posó. Desde allí, vio el mar a lo lejos y escuchó algo especial: el eco de otras cotorras. No estaba sola.
¿Quién es Esperanza, la cotora puertorriqueña?
Con una chispa en el pecho, Esperanza gritó su primer canto:
“¡Kraaa! ¡Kraaa!”
Y el bosque respondió.
En ese momento entendió lo que la abuela decía:
Volar no era solo moverse,
volar era recordar, resistir y renacer.
ALAS QUE NO SE RINDEN
Cuando escuches un chillido agudo romper el murmullo del bosque en El Yunque, es Esperanza, recordándonos que Puerto Rico… aún tiene alas.
La cotora puertorriqueña sigue surcando los cielos, sobre las copas verdes…
¿Te detendrás a escucharla cuando su canto cruce el viento?