Cuento sobre el Guaraguao Puertorriqueño
En lo más alto del cerro, donde el cielo toca las copas de los árboles, vivía Braulio, un viejo guaraguao con plumas color fuego y mirada sabia.
Braulio no era cualquier ave. Desde que era un polluelo, los vientos del norte le susurraron que había nacido para vigilar la tierra, para volar alto y ver lo que otros no podían. Por eso, cada mañana al salir el sol, extendía sus alas y patrullaba los cielos de Barranquitas hasta Maunabo, cuidando los valles, los montes y los caminos.
Una sombra que protege
A los animales del bosque no les gustaba mucho su forma de ser. Decían que era serio, distante, que siempre andaba vigilando y nunca jugaba.
—“Ese guaraguao se cree el dueño del cielo”, murmuraba la cotorra.
—“No baja a tierra por nada del mundo”, se quejaba el mapache.
Pero Braulio nunca contestaba. Solo volaba. Observaba. Silencioso como un guardián.
El día que el cielo ardió
Una tarde, algo extraño sucedió: el viento cambió. El bosque se puso quieto. Desde el oeste, una nube oscura comenzó a acercarse. Los árboles temblaron. Era humo. Fuego.
Una quema ilegal había comenzado cerca del borde del monte, y los animales no lo sabían.
Pero Braulio sí.
Con un grito fuerte y agudo, el guaraguao rompió el silencio:
¡Kiii! ¡Kiiiii!
Voló en círculos sobre la zona, bajó en picada, pasó rozando el nido de las cotorras, el escondite del carey, el árbol del san pedrito. Uno por uno, los fue alertando.
¡Corran! ¡Viene fuego! ¡Muévanse ya!
Un respeto que nace del cielo
Los animales entendieron tarde que quien parece distante a veces solo está atento.
Esa noche, bajo un cielo lleno de ceniza y estrellas, el bosque dormía a salvo.
Braulio, cansado, volvió a su cerro.
Y por primera vez, se escuchó a los animales del monte decir:
—“Ese guaraguao… ese es nuestro guardián.”
Vigía del Cielo
Desde aquel día, el horizonte guarda un guardián alado.
Dicen que, cuando un guaraguao cruza alto y firme sobre tu cabeza, no es solo un ave: es una mirada que vela por ti desde lo más alto.
Hay presencias que cuidan sin acercarse, y su silencio es tan profundo como su lealtad.
¿Alguna vez has sentido que alguien te cuidaba desde lejos, aunque no lo veas?