Cuento sobre la mariposa migratoria en Puerto Rico

En el campo abierto de Lajas, entre girasoles silvestres y cañas de azúcar, nació Solina, una pequeña mariposa monarca con alas de fuego y nervios de papel.

Desde que salió de su crisálida, el viento le hablaba de un destino lejano.
“México”, murmuraba el viento.
“Volverás cuando te toque”, decía la abuela flor.
Pero Solina no quería irse.
Le gustaban las flores boricuas, el olor del café en la mañana, el canto lejano del coquí.
¿Por qué dejarlo todo?

Una migración escrita en las alas

A medida que los días se hacían más cortos, su cuerpo lo supo antes que ella.
Tenía que volar.
Tenía que confiar en algo más grande que el miedo.

Voló sobre montañas verdes, pueblos dormidos, ríos dorados por el sol.
Durmió en ramas desconocidas.
Voló junto a otras que nunca conoció.
Cruzó mares, autopistas, cielos turbios.

Pero siempre llevaba consigo un pétalo de maga que recogió antes de partir.
Un recordatorio de su hogar.

El corazón sabe regresar

Meses después, cuando sus alas ya estaban gastadas y el aire olía a final, Solina sintió que su viaje llegaba a su última curva.
Se posó sobre una flor en el sur de México, entre miles de mariposas que también habían llegado.
Miró hacia el cielo.
Sabía que no volvería.

Pero en algún lugar, otra larvita ya crecía con sus colores.
Y esa sí regresaría a Borikén.

Viaje eterno

En Borikén, el vuelo de una mariposa es un susurro que recuerda dónde empezó todo.
Solina no volvió, pero su viaje quedó en el viento y en cada pétalo de maga.

Dicen que cuando una mariposa cruza tu camino en Puerto Rico, es porque alguien que partió… encontró la forma de regresar.

¿Qué parte de ti siempre recuerda cómo volver?